Por Víctor Castillo Morquecho
Todos nos hemos propuesto metas que hemos logrado alcanzar. Mantenemos un buen ritmo, somos persistentes y, cuando nos damos cuenta, ¡lo hemos alcanzado! Sin embargo, también es un hecho que todos, en algún momento, nos hemos propuesto metas en las que por más que lo intentamos, no logramos avanzar. «¿¡Pero por qué ocurre esto!?» ¡Seguro que te lo has preguntado!
Detrás de cada meta que nos proponemos existen muchos factores. Desde incentivos personales, hasta cuestiones relacionadas con el entorno y con las circunstancias y, al final, todo suma al momento de determinar el avance hacia nuestros propósitos. Pero un factor determinante y que es común a cualquier tipo meta es el que tiene que ver con la dificultad para alcanzarla, pues qué tan difícil nos resulta una meta es un factor decisivo que, como tal, influye de manera directa en nuestra motivación, en nuestro desempeño y en nuestro deseo de persistir.
Desafío excesivo
Si imaginamos una pirámide, podemos situar en el extremo más alto las metas que nos representan un desafío excesivo, y el problema es que por cuestiones como la presión social, el orgullo o nuestras propias fantasías, es común que nos propongamos metas que quisiéramos alcanzar en un periodo muy reducido de tiempo, sin tomar en cuenta – y de manera objetiva–, los recursos y las habilidades con que realmente contamos. Entonces, al paso de muy poco tiempo, tenderemos a abandonar este tipo de metas.
Ejemplos:
Si hace varios años que no sales a correr, sería un desafío excesivo proponerte como meta correr un maratón dentro de los próximos dos meses.
Si está próxima tu boda, sería un desafío excesivo proponerte bajar 20 kilos en dos semanas.
Los sentimientos que experimentamos frente a un desafío excesivo son, en primer lugar, sentimientos de preocupación y ansiedad, que después darán paso a un continuo sentimiento de frustración y enojo, pues nos encontraremos con que nuestros esfuerzos no son suficientes y, por tanto, nuestro desempeño será muy pobre. Finalmente, terminarán por invadirnos sentimientos de indiferencia y aburrimiento, que nos llevarán a abandonar la meta que nos propusimos.
Desafío mínimo
En el otro extremo de la pirámide (o en la base) se encuentran las metas que nos parecen taaan, taaan, taaan, pero tan fáciles de alcanzar, que siempre tendemos a aplazarlas y que, en realidad, no nos despiertan más que un interés y una motivación muy bajos. En este caso, la confianza excesiva en nuestros recursos y habilidades definitivamente no juega a nuestro favor, pues al sentirnos taaan confiados, no sólo tendemos a aplazar la realización de nuestras metas, sino que una vez que nos decidimos a empezar, será común que nuestro desempeño sea muy bajo, ya que tenderemos a poner poca atención y cuidado en lo que hacemos.
Es un tanto paradójico, pero frente a los desafíos mínimos es frecuente que lleguemos a experimentar algunos sentimientos parecidos a los que se experimentan frente a un desafío excesivo, pues nuevamente será común experimentar indiferencia y aburrimiento, pero en este caso, debido a que la propia sencillez de la meta terminará por cansarnos, hasta que, también en este caso, acabemos por abandonar nuestra meta.
El desafío óptimo
Encontrar el punto de equilibrio siempre representa un reto y proponernos metas que no sean demasiado difíciles, ni demasiado simples es lo que necesitamos para poder persistir en ellas y alcanzarlas. Por ello te propongo, a continuación tres pasos que te ayudarán a definir una meta con un desafío óptimo.
1.Evalúa tus recursos y habilidades
A un nivel individual, un primer paso que puede ayudarte a evaluar tus recursos y habilidades es situar en una escala del 1 al 10 tu grado de confianza. Esto es algo muy sencillo y sólo tienes que hacerte la siguiente pregunta:
«¿En una escala del 1 al 10, qué grado de éxito creo tener para alcanzar mi meta?
En este escala de confianza, un desafío óptimo estaría representado por los números 6 al 8. Entonces, si tu confianza para alcanzar la meta la sitúas entre un 2 y un 4, es porque la meta que te has propuesto es muy difícil, así que tendrás que reducir el grado de dificultad o trabajar, primeramente, en tus recursos y habilidades. Por su parte, si tu confianza se sitúa entre un 9 y 10, es porque el desafío es mínimo y, entonces, lo que tendrás que hacer es incrementar la dificultad de tu meta.
Ahora bien, si necesitas una evaluación más precisa de tus recursos y habilidades, no dudes en buscar la asesoría de un profesional de la salud o de un profesional en el área en que estás buscando desarrollarte. Considera que al proponerte una meta, lo primero que necesitas es un punto de vista objetivo que te permita reconocer cuáles son los recursos y habilidades con que realmente cuentas. Desde tu estado de salud, hasta el tiempo que realmente puedes dedicar al cumplimento de una meta, son factores que debes considerar objetivamente para poder alcanzarla.
2.«Divide y vencerás»
¡Ojo!, porque aquí no estoy proponiendo que abandones tus propósitos más elevados o que te rindas ante las dificultades que es necesario enfrentar para conseguir algo que vale la pena. Después de todo, resguardar nuestros grandes ideales o nuestros grandes sueños –¡como pudiera ser alcanzar la cima del Everest!– es lo que nos permite darle sentido a todo lo que hacemos.
Lo que sí te recomiendo es que si deseas alcanzar una meta que, en principio, te resulta muy difícil, lo mejor será dividirla en metas más pequeñas que podrás ir alcanzando de manera más consistente. En este caso, tu mejor herramienta será hacer una planificación en la que establezcas fechas de cumplimiento y en la que establezcas, además, algún modo de ir midiendo tu progreso.
3.Presta atención a tus emociones
Finalmente, para que te asegures de que tu meta te representa un desafío óptimo es muy importante que presentes atención a tus emociones, pues cuando nos enfrentamos a un desafío óptimo, nuestro interés en las tareas relacionadas a la meta es elevado. Además, realmente DISFRUTAMOS todo lo que tiene que ver con nuestra meta y experimentamos un continuo deseo de desarrollar nuestras habilidades y recursos, siempre con el fin de superar el desafío (o los desafíos) que nos va representando alcanzar nuestra meta. Y todo esto contrasta –¡y vaya de qué manera!– con los sentimientos de frustración, ansiedad o aburrimiento, que son lo que llegamos a experimentar frente a desafíos mínimos o desafíos excesivos.
Así, ¡que ya lo sabes!, evalúa tus recursos y habilidades, divide las metas más difíciles y presta atención a tus emociones. Persistir en tus metas te resultará, entonces, mucho más sencillo. Pues si tu desafío es óptimo, notarás importantes avances en tu desempeño, experimentarás interés, un gran disfrute y un deseo sostenido por continuar hacia tu meta.
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