Acerca de la esperanza, podemos comenzar diciendo que, al lado de la fe y el amor, es una de las tres virtudes teologales. Desde antiguo ha formado parte de los significados que definen el quehacer humano, la interacción y el destino, tanto individual, como social. Todos recurrimos a ella cuando enfrentamos situaciones difíciles y aconsejamos a otros que no desfallezcan apelando a la esperanza, aunque la gran pregunta es, ¡¿cómo podemos definir la esperanza?!
¿No es verdad que, al igual que el amor y la fe, la esperanza resulta uno de esos conceptos que todos damos por sabidos pero que, en realidad, nadie sabe o nadie acaba de definir? Entonces surge un problema, pues aquellos referentes que no es posible definir se tornan ambiguos y suelen perder su función, al punto en que la esperanza puede resultar algo tan etéreo, como inútil. «Es un último recurso» —suele decirse— «cuando ya todo está perdido» o cuando ya todo parece perdido.
Hace poco, sin embargo –al releer uno de los capítulos del libro «Motivación y emoción» de J.M. Reeve– me encontré con una definición de la esperanza que me resultó, por decirlo de algún modo, «novedosa» y bastante útil, por cierto. Basándose en investigaciones recientes, el autor concluye que la esperanza es una consecuencia de la «acción motivada», la cual, a su vez, tiene como pilares dos presupuestos básicos que son:
«puedo hacerlo» y «va a funcionar».
¡Claro!, ésta es una definición de la esperanza muy poco romántica que, incluso, parece quitarle a la esperanza su aura de misticismo, pero que, al mismo tiempo, nos lleva a pensar en cuestiones tan importantes como, porqué en ocasiones tenemos esperanza y porqué, a veces, creemos haberla perdido casi en su totalidad. Pues la esperanza se relaciona con nuestros recursos, con nuestras habilidades y con los conocimientos que tenemos para poder alcanzar un objetivo, de manera que si existen «huecos» en alguno de estos componentes, la verdad es que se nos va a complicar bastante el tener esperanza y el creer que podremos alcanzar nuestras metas.
M. Erickson diría, en este sentido, que siempre elegimos lo mejor para nosotros, sólo que en ocasiones no sabemos cómo obtener aquello que deseamos o no hemos desarrollado las habilidades para obtenerlo. Pero la buena noticia —y esto hay que subrayarlo— es que ¡siempre podemos aprender!, y del mismo modo, ¡las habilidades también se pueden desarrollar! Además, es un hecho que en ocasiones, quizá no podremos hacerlo todo por nosotros mismos, pero, ¡vaya!, ¡podemos preguntar!, y podemos apoyarnos en otros para alcanzar nuestros propósitos.
La esperanza, por tanto, no es algo tan ambiguo y etéreo como parece. No es un «ente» caprichoso y abstracto que a veces viene a nosotros y a veces nos abandona, sino que depende de qué tan firmes están los dos pilares que nos hacen decir, «puedo hacerlo» y «va a funcionar». La esperanza depende de la identificación de aquello que tenemos o debemos trabajar, de aquello que sabemos o debemos aprender y de aquello que podemos hacer o que necesitamos practicar. Requiere un importante análisis que tiene como principal incentivo el futuro que queremos.
Ahora bien, ésta sigue siendo sólo una forma de entender la esperanza. Pero si deseas seguir reflexionando sobre este importante tema, te comparto la liga de mi Newsletter, Crea Soluciones News en donde encontrarás otra versión de este mismo artículo (Editorial) y las reseñas de dos artículos escritos por destacados terapeutas Centrados en Soluciones, quienes abordan este mismo tema de la esperanza, lo cual, seguramente, podrá serte de utilidad en algún momento.
Articulo de difusión sin fines de lucro escrito por Víctor Castillo Morquecho y registrado bajo licencia de Creative Commons. Derechos Reservados.