Por Víctor Castillo Morquecho
Es muy común que las personas que acuden a consulta lleguen con la idea de que existe algo que está mal en ellos. En consecuencia, es muy normal que los pacientes anhelen con ansia el día en que el terapeuta les dirá: «¡Listo!, ¡ya estás curado!». Y la comparación que se ha llegado a hacer entre la psicoterapia y un proceso de «conversión» o de «iluminación» de carácter religioso, no resulta del todo errónea en este contexto, pues incluso algunos enfoques teóricos, siguen entendiendo la psicoterapia como sinónimo de un tipo de «revelación» o «cura».
La realidad, sin embargo, es que el proceso terapéutico se asemeja más a un proceso de aprendizaje, que a la búsqueda de algún tipo de «iluminación». En especial, desde la Terapia Breve Centrada en Soluciones, los pacientes aprenden técnicas y aprenden a buscar estrategias que pueden aplicar a distintas situaciones de su vida, pero las personas siguen siendo personas, con sus propios sesgos y virtudes, inmersas en la misma trama que a todos nos lleva a seguir enfrentando problemas y a buscar soluciones. La diferencia es que, luego de un proceso terapéutico, las personas logran desarrollar mejores estrategias, porque conocen mejor sus recursos y sus habilidades, lo cual les permite tomar sus propias decisiones y actuar con mayor confianza.
¡Y bien vale decir que esta diferencia no es poca cosa! Pues un proceso terapéutico exitoso tiene como centro la recuperación de la confianza y, en este sentido, no hay que dejar de observar que muchos de los problemas que cotidianamente enfrentamos –con nuestro carácter, con nuestra conducta, con nuestros sentimientos de tristeza o con el acoso de ideas recurrentes– tienen mucho que ver con la pérdida de la confianza en nosotros mismos.
Tomemos en cuenta que alguna enfermedad física o algún revés –¡o toda una serie de reveses!–, lo mismo que alguna crítica –¡o toda una serie de críticas!–, pueden ir mermando nuestra confianza, y si lo que daña nuestra persona es recurrente, a la larga dará lugar a que comencemos a dudar de nuestra capacidad para tomar decisiones y de nuestra propia capacidad para salir adelante. Nos iremos haciendo a la idea de que existe algo que está mal en nosotros y esta imagen deteriorada de nosotros mismos, incluso puede generar desajustes en todo nuestro sistema, comenzando por nuestro sistema inmune.
La actualización de una imagen mucho más favorable de nosotros mismos es, por tanto, el punto nodal de todo proceso terapéutico. Que la persona pueda reencontrarse con sus recursos y habilidades y, ¡más aún!, que la persona puede reencontrarse con sus propios valores, creencias y objetivos, es lo que marca el principio de una auténtica recuperación. Y con esto no me refiero –claro está– a una recuperación necesariamente ligada a una enfermedad, ¡sino a la recuperación del sí mismo!, a la recuperación de la persona que uno realmente es y que, en ocasiones, se halla sepultada bajo capas y más capas de prejuicios y ideas que todos, en algún momento, hemos «comprado» sin ser realmente nuestras.
Y claro que cuando uno comienza a recuperarse a sí mismo, surgen preguntas. Por ejemplo, uno puede comenzar a preguntarse: «¡¿pero por qué sigo en un trabajo que no me gusta?!» Asimismo, uno puede preguntarse: «¿pero por qué me propuesto adelgazar? ¿Será que sólo lo hago por verme bien y ser aceptado, o será que realmente me interesa cuidar de mi salud?» Otro ejemplo muy común es preguntarse: «¡¿pero por qué sigo estudiando esta carrera?! ¿Realmente me interesa lo que intento aprender o será que sólo quiero un título para complacer a mis padres?»
Preguntas que, desde la Terapia Breve Centrada en Soluciones, la propia persona irá respondiendo, centrándose en las excepciones al problema, en lo que sí funciona, en lo que sí se tiene y, al mismo tiempo, desarrollando un pensamiento reflexivo que tendrá como centro lo que define a la persona y lo que para ella es importante. Todo lo cual permite que los pacientes recuperen la confianza y vuelvan a tomar sus propias decisiones, para adentrarse en todo proceso de autoconocimiento y desarrollo.
Lo anterior, sin embargo, no significa que ya no se enfrentarán problemas –como ya se decía–, ni quiere decir que se dejará de estar expuesto a las circunstancias y a la presión social. Además, concluir un proceso terapéutico no quiere decir que se dejará de cometer errores y, en este último caso, incluso hay que decir que las probabilidades de errar puede incrementarse –al menos al principio–, pues cuando la persona comienza a actuar de una forma más auténtica y comienza a generar cambios en su entorno, es muy común equivocarse. La diferencia es que, ahora, se podrán ver los errores, no como consecuencia del azar, las circunstancias o la presión social, sino como parte de todo ese proceso de cambio y aprendizaje del que se hablaba.
Después de todo –y como lo diría B. Lonergan, en «Entender y Ser»–, lo que somos y aquello hacia lo cual nos dirigimos, sólo puede conocerse en el acto mismo de conocer, lo cual implica un proceso y no un único momento de «iluminación» o «cura». La idea es volver a involucrarse, volver a tomar decisiones, volver a abrirse a la experiencia –como lo refiere C. Rogers– y, desde luego, volver a tomar riesgos. En otras palabras, ¡recuperar el impulso y la confianza!, para que uno pueda seguir –por uno mismo– desarrollando un proceso que habrá de constituir la propia vida.
Referencias:
Heinroth, J. C. A. (1818).Lehrbuch der Störungen des Seelenlebens. Leipzig: Vogel.
https://reader.digitale-sammlungen.de/de/fs1/object/display/bsb10472394_00001.html
Lonergan, B. (1990). Understanding and Being. Toronto: University of Toronto Press.
Rogers, C. (1992). El proceso de convertirse en persona. España: Editorial Paidós
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