Por Víctor Castillo Morquecho
Cada vez que estamos pasando por momentos muy difíciles o cuando enfrentamos un problema muy grave, toda nuestra vida tiende a reducirse a esas circunstancias o a ese problema en particular. Algo completamente normal, pues cuando llevamos a cuestas un problema de este tipo, el problema tiende abarcar la totalidad de nuestra vida y todo lo que alcanzamos a ver es el presente, junto con todas nuestras pérdidas y junto con todo nuestros errores.
Existe, sin embargo, una frase muy conocida, que bien vale la pena recordar en esos momentos en que nuestra perspectiva se reduce, pues «la vida nos da muchas oportunidades». Y hay que detenerse un momento para considerar que, efectivamente, a lo largo de nuestra vida tenemos muchas oportunidades para luchar y para alcanzar las cosas que deseamos.
Convendrá levantar la vista, por tanto, pues ampliar nuestra perspectiva al momento de enfrentar un problema, nos permitirá sobrellevar la carga y comenzar a ver qué es lo que existe o qué es lo que puede existir más allá de un problema. Después de todo, es un hecho es que la vida no se reduce a lo que ahora mismo vivimos y experimentamos, sino que también abarca toda la historia que aún tenemos por vivir.
Por dar un ejemplo muy común, puede ser que en el momento actual nuestras relaciones familiares no sean lo que nosotros siempre quisimos y, en muchos sentidos, podemos sentir que hemos fallado, pero es un hecho que la vida continua y, en tanto la vida continúa, la realidad es que aún tenemos por delante muchas oportunidades para restablecer una relación o para ir construyendo una nueva historia con nuestros seres queridos. Y la evidencia abunda, en este sentido, pues padres e hijos pueden reconciliarse, aún después de muchos años de conflicto y lo mismo puede suceder en una relación de pareja o entre hermanos y amigos, porque en tanto la vida continua, siempre tenemos esa oportunidad de ir construyendo o re-construyendo lo que deseamos que suceda.
Tomemos en cuenta, entonces, que no necesariamente existe una edad o un límite de tiempo en el que debamos alcanzar un propósito y, para dar otro ejemplo, puedo decir que como estudiante y, después como docente, he compartido las aulas con muchas personas que se han dado a la tarea de estudiar una carrera o un posgrado a una edad muy avanzada, y sobra aclarar que estas personas suelen ser los alumnos más responsables e interesados en aprender, así como en compartir toda su experiencia. Ni qué decir, por su parte, de quienes con setenta años o más, deciden correr un maratón, casarse o iniciar una nueva empresa, porque el hecho es que cada uno de nosotros tiene su propio ritmo y su propio tiempo.
¡Claro!, no es posible negar que existirán algunas cosas que ya no podamos a hacer, pero lo que siempre podremos hacer es reinventarnos e ir adaptando nuestros propósitos a las circunstancias que vamos viviendo. Por otra parte, hay que tomar en cuenta que ningún árbol da sus frutos en un día, e incluso cuando un árbol comienza a dar sus primeros frutos, estos pueden no ser todo lo dulces que quisiéramos, pero si la tierra se abona y el árbol recibe sus cuidados, éste tendrá la nobleza de proveernos del fruto que deseamos.
Una relación, por tanto, no siempre puede surgir o restablecerse de la noche a la mañana y lo mismo ocurre con cualquier propósito que vaya más allá de lo inmediato, porque en estos casos bien sabemos que habrá que invertir bastante esfuerzo y paciencia, al tiempo que habrá que asumir que siempre existirán contratiempos y situaciones difíciles qué superar. Pero lo importante es ver los problemas que enfrentamos desde una visión mucho más amplia del momento actual. Una visión que abarque no sólo la página de lo que ahora mismo estamos viviendo, sino la totalidad de nuestra historia o, más precisamente, que abarque lo que deseamos que suceda dentro de esa historia y dentro de ese futuro que aún tenemos por vivir.
Preparando el equipaje
Ahora bien, una vez que logramos ver el horizonte y no sólo las circunstancias actuales, un segundo paso no menos importante, es hacer una revisión puntual de nuestro «equipaje». Pues para comenzar a avanzar hacia un futuro más allá del problema, es muy importante hacerse las siguientes preguntas:
1. ¿Cuáles son mis recursos y mis fortalezas?
En este sentido, nuestra capacidad analítica o nuestra capacidad de persistir, nuestra paciencia o nuestra capacidad para ponernos en el lugar de la otra persona e incluso cuestiones como nuestra intuición, pueden ser ejemplos de los recursos y fortalezas que no debemos olvidar echar en nuestro equipaje, al momento de afrontar un problema, pues comenzar por ver lo que sí tenemos y lo que sí somos capaces de hacer, nos dará seguridad y confianza para ir avanzando un paso a la vez.
2. ¿Qué es lo que me ha mantenido en medio de estas circunstancias tan difíciles?
Puede ser nuestra confianza en un poder superior o nuestro amor hacia una persona (hijos, esposa, amigos, etc.). Puede ser un sueño o un ideal de vida e, incluso, puede ser el mero orgullo de no dejarnos vencer por las circunstancias, pero lo que nos ha sostenido y lo que nos sostiene, debemos identificarlo, valorarlo y acomodarlo dentro de nuestro equipaje como un objeto muy valioso, pues lo que nos sostiene más allá de las circunstancias es nuestro principal incentivo para seguir adelante.
3. ¿Cómo he enfrentado otros problemas semejantes en el pasado y qué de ello me puede servir ahora?
Todos adquirimos herramientas a través de la experiencia y, día con día, enfrentamos todo tipo de situaciones que nos llevan a aprender a través de nuestros aciertos y de nuestros errores. Por ello es muy importante analizar si el problema que enfrentamos en el momento actual tiene algún parecido con otras situaciones que hemos vivido antes, pues ello nos permitirá clarificar qué herramientas de nuestra experiencia pueden ser de utilidad y qué herramientas no deben ir en nuestro equipaje, pues definitivamente no van a funcionar. Después de todo, la experiencia debiera llevarnos a evitar los errores pasados y a buscar replicar nuestros aciertos previos, adaptando nuestra experiencia a la circunstancia actual.
Finalmente, es una obviedad decir que a nadie le gustan los problemas, pero considerando las tres preguntas anteriores, podemos ver que todo problema puede llevarnos a re-encontrarnos con nuestros recursos, a re-encontrarnos con la fuerza que nos sostiene interiormente y a re-encontrarnos con nuestras experiencias y aprendizajes previos. Además, es un hecho que cada problema conlleva un nuevo aprendizaje y, aunque de inicio no podamos verlo así, el sólo hecho de preguntarnos, «¿qué debo aprender a través de este problema?», bien puede irnos llevando a vislumbrar una solución.
Así que…, ¡ya lo sabes!…
En esos momentos en que tu perspectiva se reduce, ¡vislumbra el horizonte, prepara tú equipaje y disponte a conocer la historia que aún tienes por vivir más allá del problema!
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